El término Neurodiversidad ha evolucionado desde que fue usado por primera vez en 1998 por la socióloga Judy Singer.
En un primer momento, era una concepción política, un llamado a que los diferentes (autistas, disléxicos, déficit atencionales, entre otros) fuéramos visibilizados y respetados como una agrupación, con códigos, intereses y necesidades particulares, más allá de la infancia a la que se nos había confinado. Antes que Judy popularizara el concepto y nos hiciera visibles como adultos, carecíamos por completo de adaptaciones y acceso a derechos sociales, no los necesitábamos si éramos eternos niños que dependían de sus padres.
Con el paso del tiempo el concepto ha sido tomado por profesionales que al estudiar el funcionamiento cerebral vieron lo evidente: no hay un cerebro igual al otro.
Así como no hay una persona igual a otra, nuestros cerebros en su funcionamiento son todos distintos. En nuestro cerebro radican nuestras maneras particulares de experimentar y entender el mundo, nuestra forma de procesar la información, nuestros sentires, nuestros recuerdos. Suena frío y poco romántico, pero somos nuestro cerebro. Por lo tanto, todos somos Neurodiversos.
Aun así, existimos algunos de nosotros, cuyo funcionamiento cerebral presenta algunas “particularidades” ya sea por cómo ingresa la información, cómo procesa la información o cómo responde a la información. A esas personas (autistas, disléxicas, déficit atencionales, etc) se nos llama Neurodivergentes.
En lo personal me gusta mucho este concepto, porque me hace sentir como superhéroe y porque habla de algo que se ha salido de la norma, y siento que parte de nuestra lucha cotidiana es el acto de rebeldía de ser lo que nadie espera de nosotros.